Tolo Calafat fallece en el Annapurna.
Hoy se cumplen dos años de la muerte en el Annapurna de Bartolomé Calafat Marcus, más conocido por sus compañeros como Tolo Calafat. Los sherpas del Himalaya lo habían adoptado bajo el cariñoso apodo de Tolito Sherpa, y bromeaban con él sobre que al final tendrían que contratarlo ellos para subir a los ochomiles. Es sólo un ejemplo de algo en lo que todas las personas que lo conocían coinciden: Tolo Calafat, de 40 años, se hacía querer por todo el mundo. Además, su espíritu alegre, extrovertido y divertido lo hacía repartir bromas sin parar, y reírse mucho, sobre todo de él mismo.
“Voy a ser el primero en subir a las antecimas de los catorce ochomiles, que eso no lo ha hecho nadie”, afirmaba orgulloso por el campo base del Annapurna, según explica Xavi Arias, alpinista catalán que lo conoció hace un mes y con el que trabó una buena amistad. Era su sexta expedición a un ochomil, tras haber ascendido al Cho Oyu (2004), Everest (intento en 2005 y cima en 2006), Broad Peak (cima central en 2007) y Shisha Pangma (antecima en 2009).
El sherpa Dawa, fiel a la ley del alpinismo, se quedó junto a Tolo Calafat cuando el mallorquín se quedó sin fuerzas, con un edema cerebral y "un hilo de vida" en la voz. Sus compañeros de expedición, Carlos Pauner, junto a otro sherpa, y Juanito Oiarzabal, siguieron hacia adelante en busca del campo base, a 7.100 metros en el Annapurna. El sherpa Dawa no podía abandonar a su compañero de viaje en el momento más crucial de su vida que acabó siendo el preámbulo de su muerte. El riesgo era extremo. Una noche a la intemperie a unos 7.500 metros de altitud era una invitación al suicidio, allí bajo la nieve, las temperaturas extremas, sin nada donde cobijarse. Dawa se quedó con su amigo Calafat, que ya daba pocas muestras de vida. Las suficientes, al menos, para hablar con su mujer, y transmitirle su estado de dificultad, y para hacerlo con sus compañeros de cordada, ya en el campo 4, reclamando urgentemente su ayuda. "Hacedlo por mis hijos", suplicó, con un hilo de voz, con un hilo de vida.
Dawa seguía allí, a su lado, viendo cómo flaqueaban las fuerzas, cómo se apagaba la esperanza. Poco podía hacer más que transmitir confianza a su amigo, antes de tomar la decisión de bajar al campo 4 para reclamar ayuda, para intentar algo parecido a un imposible. Dawa había subido junto a todos ellos, con la misma dificultad (13 horas de ascensión antes de llegar a la cumbre ya entrada la noche, y sufría los rigores del esfuerzo). Ya en el campo 4 se movilizó el estado de urgencia. Otro sherpa, Sonam Sherpa, el que acompañó a Pauner en el inicio del descenso, cogió una botella de oxígeno, una tienda de campaña, un saco de dormir y alimentos y se fue en busca de Tolo Calafat, tras haberse recuperado apenas unas horas del esfuerzo de la ascensión. 11 horas estuvo buscando desesperadamente al montañero mallorquín entre la nieve, bajo el frío, con el riesgo de los sedac (bloques de hielo) sobrevolando su andadura. No lo encontró.
Todo el Annapurna era un hervidero de motivaciones. El rumano Horia Colibasanu, que había hecho cima junto a ellos, y uno de los alpinistas más acreditados en el rescate, se ofreció voluntario para retornar sobre sus pasos e ir en busca de Calafat tras unas horas de descanso. Dos años antes había vivido una situación dramática en el Annapurna junto a Ochoa de Olza, al que acompañó durante cuatro noches antes de que el navarro le animara a bajar para que no murieran los dos. Iñaki se quedó allí para siempre.
Más abajo aún, Javier Egotxeaga y Javier Pérez se apuntaban para subir desde el campo base de un tirón si era preciso para auxiliar a Calafat. La solidaridad de la montaña estaba en ebullición, incluido el helicóptero de Air Zenett, que tras abortar su vuelo por las malas condiciones meteorológicas, lo reemprendió a las seis de la mañana (hora local), alcanzando los 7.200 metros, a donde nunca había llegado, con los riesgos suplementarios de la acción. En Zaragoza, el equipo de Carlos Pauner organizaba las tareas de rescate tratando de coordinar los esfuerzos, y se había puesto en marcha como ocurrió con el caso de Iñaki Ochoa de Olza hace dos años. Pauner reconocía que el desarrollo del rescate había sido "espectacular" y "único".
Hace dos años, había empezado a escalar con Juanito Oiarzabal, con quien ya compartió la expedición al Shisha. Hasta entonces, su compañero en la montaña era el también mallorquín Juan Antonio Olivieri, que recordaba hoy aquella primera ascensión al Aneto cuando tenían 18 años. Hoy, Olivieri estaba en Palma al lado de la mujer de Tolo, que deja un hijo de 7 años y un bebé de 13 meses. “Todos pensábamos que iban a poder rescatarlo, porque era un tío muy fuerte; todavía no nos hacemos a la idea”, comentaba Olivieri.
El sherpa Dawa, fiel a la ley del alpinismo, se quedó junto a Tolo Calafat cuando el mallorquín se quedó sin fuerzas, con un edema cerebral y "un hilo de vida" en la voz. Sus compañeros de expedición, Carlos Pauner, junto a otro sherpa, y Juanito Oiarzabal, siguieron hacia adelante en busca del campo base, a 7.100 metros en el Annapurna. El sherpa Dawa no podía abandonar a su compañero de viaje en el momento más crucial de su vida que acabó siendo el preámbulo de su muerte. El riesgo era extremo. Una noche a la intemperie a unos 7.500 metros de altitud era una invitación al suicidio, allí bajo la nieve, las temperaturas extremas, sin nada donde cobijarse. Dawa se quedó con su amigo Calafat, que ya daba pocas muestras de vida. Las suficientes, al menos, para hablar con su mujer, y transmitirle su estado de dificultad, y para hacerlo con sus compañeros de cordada, ya en el campo 4, reclamando urgentemente su ayuda. "Hacedlo por mis hijos", suplicó, con un hilo de voz, con un hilo de vida.
Dawa seguía allí, a su lado, viendo cómo flaqueaban las fuerzas, cómo se apagaba la esperanza. Poco podía hacer más que transmitir confianza a su amigo, antes de tomar la decisión de bajar al campo 4 para reclamar ayuda, para intentar algo parecido a un imposible. Dawa había subido junto a todos ellos, con la misma dificultad (13 horas de ascensión antes de llegar a la cumbre ya entrada la noche, y sufría los rigores del esfuerzo). Ya en el campo 4 se movilizó el estado de urgencia. Otro sherpa, Sonam Sherpa, el que acompañó a Pauner en el inicio del descenso, cogió una botella de oxígeno, una tienda de campaña, un saco de dormir y alimentos y se fue en busca de Tolo Calafat, tras haberse recuperado apenas unas horas del esfuerzo de la ascensión. 11 horas estuvo buscando desesperadamente al montañero mallorquín entre la nieve, bajo el frío, con el riesgo de los sedac (bloques de hielo) sobrevolando su andadura. No lo encontró.
Todo el Annapurna era un hervidero de motivaciones. El rumano Horia Colibasanu, que había hecho cima junto a ellos, y uno de los alpinistas más acreditados en el rescate, se ofreció voluntario para retornar sobre sus pasos e ir en busca de Calafat tras unas horas de descanso. Dos años antes había vivido una situación dramática en el Annapurna junto a Ochoa de Olza, al que acompañó durante cuatro noches antes de que el navarro le animara a bajar para que no murieran los dos. Iñaki se quedó allí para siempre.
Más abajo aún, Javier Egotxeaga y Javier Pérez se apuntaban para subir desde el campo base de un tirón si era preciso para auxiliar a Calafat. La solidaridad de la montaña estaba en ebullición, incluido el helicóptero de Air Zenett, que tras abortar su vuelo por las malas condiciones meteorológicas, lo reemprendió a las seis de la mañana (hora local), alcanzando los 7.200 metros, a donde nunca había llegado, con los riesgos suplementarios de la acción. En Zaragoza, el equipo de Carlos Pauner organizaba las tareas de rescate tratando de coordinar los esfuerzos, y se había puesto en marcha como ocurrió con el caso de Iñaki Ochoa de Olza hace dos años. Pauner reconocía que el desarrollo del rescate había sido "espectacular" y "único".
Mientras tanto, sus sherpas Dawa y Sonam renunciaban al plácido vuelo por los aires para descender a pie el Annapurna. La razón era sencilla: "El equipamiento no cabe en el helicóptero y no podemos permitirnos dejarlo aquí". A 5.000 metros de altura las clases y la solidaridad no cambian respecto al nivel del mar.
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